¡Feliz Pascua de Resurrección!
Fuerza y valentia. Fuerza y utopía. Fuerza y mucho coraje para afrontar este tiempo complicado y difícil que nos ha tocado vivir. Tiempo de tantos desafíos y de tantos retos que debemos afrontar; parece que nos envuelve la oscuridad, que atravesamos una negra noche intransitable; en estos momentos de crisis estamos llamados ya ser testigos de Cristo Resucitado. Es la “misión” que nos confía el Resucitado: “Vosotros sois testigos de esto” (Lc 24, 48-49). Nosotros somos testigos. La palabra testimonio en griego es “martyría”, de esta raíz procede la palabra “mártir”. Ser mártir es entregar la propia vida, ser testigos del resucitado es dar la vida.
En estos tiempos de emergencia sanitaria en todo el mundo, en España, en nuestra Región de Murcia y en nuestro pueblo de Águilas, es terrible y decepcionante comprobar, como nuestros dirigentes políticos no se implican en la suerte dolorosa del pueblo que se les ha confiado: leyes, normas, formalismos, manipulación informativa, exceso de control y ausencia de compasión. ¡Qué decepción! Lo esencial de la verdadera libertad, palabra que se pronuncia de tantos modos y en tantos lugares, es el testimonio, es la entrega de la propia vida… no la catarata de discursos alejados de la realidad, de palabras vacías de contenido, descorazonadoras para el pueblo que sufre los zarpazos de la pandemia del Covid-19.
También nos sucede a nosotros cristianos, jerarquia y fieles. Organizamos celebraciones, bendecimos nuestros barrios y pueblos con el Santísimo como amparo y protección, participamos con fe entusiasmada en los oficios pascuales. Pero nuestra vida, personal y comunitaria, está confinada, replegada, atemorizada… porque no somos testigos del Resucitado, nos sucede como a los discípulos de la primera Iglesia. Tenemos que ser testigos del Resucitado no sólo en nuestros templos, en nuestras celebraciones, en nuestras palabras sembradas a los cuatros vientos por las redes sociales… tenemos que ser testigos del Resucitado sobre todo con nuestras propias vidas.
El testimonio hoy, en nuestra sociedad española, es trabajar desde la presencia valiente, atrevida, profética y martirial por la protección social para todo el pueblo, especialmente para los más vulnerables y marginados. Es reclamar la vacunación masiva para todos más allá de intereses espúreos: económicos, políticos, ideológicos, partidistas. Es urgente la vacunación de todos, cuanto antes; buscando medios, participación corresponsable de cuántas instituciones y personas puedan hacerlo… sin limitarlo a una élite exclusivista de privilegiados. Esto es ser testigos de la Pascua, todo lo demás son huecos e inútiles discursos.
Testimoniar al Resucitado hoy es defender la vida, servir a la vida, compartir la vida. Estamos llamados a dar el testimonio de nuestra fe en la vida: en las puertas de los hospitales, en la colas del hambre, en la angustia de los desempleados o en proceso de un “erte” que nunca llega, en el acompañamiento de los ancianos o de enfermos que están padeciendo la soledad, con los transeúntes cuyo hogar es la calle y su futuro la nada, con los más llagados por las heridas del Covid-19.
Nosotros somos testigos de Jesús Resucitado, y somos llamados a vivir una vida nueva, a vivir renovados, renacidos, resucitados en el amor, una vida comprometida desde el envio misionero de Cristo Resucitado. (Lc 24, 49). Hay muchas lágrimas y sufrimientos, mucho odio y violencia, mucho vacío y desesperanza, mucha soledad y tristeza, mucha miseria y muerte. En esta lucha estamos como fermento de la nueva humanidad.
En este tiempo pascual recitamos en la “Secuencia de Pascua” , y emocionados proclamamos: “lucharon vida y muerte en singular batalla y muerto el que es la vida triunfante se levanta”. Es la vida iluminada por la Resurrección la que se enfrenta a la negra muerte, a esto nos compromete la pascua a todos nosotros, luchar contra toda muerte, luchar en tantos ámbitos donde se enroca la presencia destructora de la muerte; en este enfrentamiento el Resucitado nos regala el don de su Espíritu (Jn 20, 22) para que tengamos coraje, decisión, fuerza y valentía evangélica.
Testimoniemos a Jesús Resucitado para que toda vida sea protegida, defendida y sea una vida renovada en el amor. Los relatos pascuales nos recuerdan que el Resucitado pasó por la muerte, pasó por la cruz….
Los discípulos estaban atenazados por el temor, paralizados por la tristeza, la desesperanza y cegados por la oscuridad ( Lc 24, 37), porque no habían entendido y creído los anuncios de la Resurrección hechos por Jesús. También nosotros, en los momentos que vivimos de oscuridad, nos resulta difícil creer en la Resurreción; nos cuesta enfrentarnos a las dificultades que parece que se nos imponen fatalmente: hambre en el mundo, millones de refugiados, paro laboral, enfermedades, miseria, injusticias… parece que vivimos en la impotencia de no poder hacer nada… la solución: cerrar nuestras puertas de nuestro corazón a la esperanza de la Resurrección y encadenarnos a nuestras dudas e impotencias (Jn 20, 19).
La Resurrección de Jesús está en la vida, está en la historia, está en su presencia continua caminando al lado de su pueblo. Magdalena, Pedro y Juan fueron a buscar a Jesús Resucitado en el lugar equivocado. Jesús no estaba en el sepulcro; al Resucitado lo encontramos en las calles, en las plazas, en el corazón del hombre siendo principio de vida. Jesús hoy vive en soledad, abandonado, cansado, enfermo, descartado… Jesús vive en las Galileas de todos los dolores y sufrimientos.
El evangelio de san Juan nos dice una cosa tremenda, que sus discípulos no habían entendido nada (Jn 19, 9). Nosotros, a veces, tampoco entendemos nada; por eso damos más importancia al lucro desmedido que a la gratuidad, a la acumulación egoísta que al compartir genroso. ¡¡¡No es posible!!! Seguimos hoy sin comprender. El evangelio de este tiempo de Pascua nos insistirá en que Jesús Resucitado manifiesta siempre su presencia “partiendo y compartiendo el pan”, por eso celebramos el banquete de los resucitados que es la Eucaristía para que nuestra vida sea una vida eucarística, es decir, una vida que se comparte, una vida que se compromete en la misión evangelizadora, una vida de servicio y de entrega, una vida “eucaristizada”, una vida que se convierte en la presencia del Resucitado en la historia, en el compartir, en el amor que dignifica.
Celebrar hoy la Pascua, en estos tiempos de pandemia, es celebrar este compromiso por la resistencia y el coraje, por la esperanza y la profecia liberadora, y, ungidos y enviados, como buenos samaritanos, para anunciar el evangelio de la vida a los pobres.
No nos desanimemos. No nos desesperemos. Es verdad que estamos sufriendo, que estamos pasando por la experiencia de la cruz, pero con Jesús Resucitado todos viviremos.
ORACIÓN: «SER TESTIGO ES ARRIESGADO»
Yo sé, dice el Señor, que la misión es arriesgada.
Duros son los trabajos evangélicos:
sembrar buena semilla en tierra dura
y limpiar los campos de espinas y zarzas.
Y los frutos, ¿quién sabe?, tan exiguos,
y con ellos la cizaña siempre mezclada.
Es dura la misión: hablar de Dios,
defender a los pobres y oprimidos,
estar con los que pierden, las víctimas,
decir no a los poderosos y violentos.
Se reirán de vosotros los que mandan,
irán contra vosotros los que tienen.
¡El vuelo de la paloma dispersado
por halcones terribles, sin entrañas!
Es dura la misión: continuar mi obra,
ser testigos del evangelio día a día
y encarnar las bienaventuranzas
en vuestras entrañas yermas.
Por eso, yo estaré junto a vosotros
alentando la fuerza del Espíritu,
y seréis mis testigos elocuentes:
profetas, servidores y mis mártires.
No se perderá vuestra semilla, no;
ni quedará infecunda vuestra sangre.
Veréis a la justicia florecer, aunque sea invierno,
más allá de vuestros sueños. Os lo aseguro.
Es dura la misión que nos encomendaste, Señor.
Cumple tu palabra; no nos dejes a la intemperie.
(Anómino)