Historia

La torre de Cope y su Cristo Crucificado

Este abandono en la llamada Marina de Águilas y Cope duró más de trescientos años. Hasta 1570 no se construyó la torre de Cope con el título de Santo Cristo y nueve años más tarde se levanta la de las Águilas cimentada en las ruinas de la atalaya árabe. Pero sirvió de bien poco, pues al estar con una mínima guarnición no pudieron defender la costa del ataque de los numerosos moros que llegaban con afán de rapiña y de destrucción. Al principio del siglo XVII los piratas asaltaron la torre de Cope y prendieron fuego a su ermita y a su venerada imagen de Cristo Crucificado. Dice la historia que, cuando llegaron los franciscanos de Lorca, encontraron casi intacto al Crucifijo en donde la madera solo estaba chamuscada. Con gran veneración se lo llevaron a su convento de las Huertas donde estuvo depositado en un altar hasta la destrucción del Santuario en agosto del año 1936. En esa fatídica fecha también fue pasto de las llamas las iglesias y lugares de culto de la ciudad, como ocurrió con nuestro templo Parroquial de San José, ermita del Calvario donde fue derribada y las capillas de las monjas de la cerretera de Vera y del Hospital de Caridad de San Fancisco.

Con el siglo XVIII llega el renacer de las Águilas modernas. Aparte de la torre de Las Águilas convertida en la torre de San Juan por ser devotos del Bautista los últimos alcaides del mismo nombre, se edificó el 1728, en la misma lengua del mar, un gran almacén y ermita por el primer constructor de la marina de Las Águilas, Don José de Balaguer. El mismo que levantó la conocida Casa Grande en las inmediaciones del pueblo con dirección a Lorca. El edificio en gran parte está en pie con su airosa y espléndida reja rematada con una Cruz barroca. El inmueble que sirve ahora de almacén de los aperos del campo, debe de ser declarado de bien histórico cultural del pueblo de Águilas. El motivo es que se construyó casi treinta años antes que nuestro baluarte. En agosto de 1756 tuvo lugar la inauguración de nuestro castillo de San Juan. Nueve años más tarde el Conde Aranda lo visita y lo primero que pide, su capital Juan de Molina, es un capellán para el servicio religioso de la tropa y de la gente ocupada en los embarques del puerto.