Hemos iniciado el tiempo de cuaresma, tiempo para avivar el rescoldo de nuestra fe, y, como nos recuerda este tiempo Sinodal, vivir una verdadera conversión del corazón y una auténtica y significativa conversión pastoral para comprometernos en la experiencia eclesial de la comunión, participación, y misión. Iglesia somos todos.
Cuantos miedos nos paralizan en el hoy que nos toca vivir:la pandemia, el temor del contagio, que nos hace alérgicos al encuentro con los demás. Inhumanidad y vacío profundo ante la barbarie de la guerra ciega. Crisis de valores humanos y espirituales. Economía desfondada y podrida por tantas corrupciones de poderosos. Desesperación laboral que nos roba y devora la confianza. Tagedia de los pobres que sufren las consecuencias de nuestros egoísmos, abandonados a su suerte en las colas del hambre. La incertidumbre ante un futuro sin esperanza en el que nos vemos totalmente derrotados. Infima calidad educativa de niños y jóvenes. Deterioro en la salud mental de muchas personas. Violencia cada vez más frecuente padecida por las mujeres. Sanitarios desfondados y agobiados. Sociedad cada vez más conflictiva, tensionada, exarcebada, nerviosa y enfrentada, fácil terreno abonado para la crispación.
Así iniciamos nuestra cuaresma 22 con la pasión del Señor vivida en los hombres sufrientes de hoy. Esas cruces son las que hemos de reconocer y buscar erradicar porque Dios no quiere la cruz, ni el sufrimiento, sino la vida plena para todos. La pasión de Jesús que nos habla con toda claridad y nos compromete a una vida de entrega y caridad, una vida misionera, profética y samaritana.. Nada del sufrimiento humano debe ser es ajeno a la Iglesia de Cristo.
La tarea es la paz, es la Iglesia como comunion fraterna, es la decisión firme de creer para ser y para servir, para dar y para compartir, para luchar, para morir, para resucitar.
El tiempo Sinodal en esta Cuaresma/22, nos invita a dar voz al Evangelio y luchar por la vida digna de todos si queremos ser la Iglesia de Jesús. Vivir el Evangelio no es redactar documentos brillantes y eruditos, hacer múltiples e interminables reuniones, hermosas y vistosas celebraciones litíurgicas. La Cuaresma con acento Sinodal, es caminar como Iglesia tras las huellas de Jesucristo y hacer posible el nuevo amanecer de la pascua, que transforme la injusticia social de nuestro mundo y luche por la vida presente esperando la vida eterna lograda por Jesucristo.
Jesús necesita de nosotros para que su resurrección dé los frutos esperados en el aquí y ahora de nuestro tiempo. De nuestra fidelidad al proyecto del reino dependerá que este año podamos celebrar el misterio pascual, no como un recuerdo del pasado sino como una realidad del presente. En otras palabras, reconociendo tantas cruces que afectan a la humanidad.
En esta Cuaresma 22, tiempo de cuaresma con acento sinodal, se hace urgente convertirnos a la justicia, a la bondad, a la solidaridad, al bien común, al cuidado de la creación, a la construcción de la paz, en otras palabras, a hacer creíble la resurrección de Jesús en la historia que nos ha tocado vivir.
Donde esta el Espíritu de Jesús, está el espiritu del Amor Sinodal, por eso:
– No puede haber frío, sino fuego.
– No puede haber distancia, sino cercanía.
– No puede haber intolerancia, sino comprensión respetuosa.
– No puede haber indiferencia, sino compasión y misericordia.
– No puede haber exclusión, sino integración participativa.
– No puede haber divisiones, sino corazones abrazados.
– No puede haber violencia, sino pacificación y ternura.
– No puede haber resentimiento, sino perdón fraterno
– No puede haber olvido, sino memoria entrañable.
– No puede haber dominación, sino servicio igualitario.
– No puede haber explotación ni abuso, sino enriquecimiento compartido.
– No puede haber injusticia, sino solidaridad.
– No puede haber mezquindad, sino generosidad.
– No puede haber dependencia, sino promoción.
– No puede haber engaño, sino transparencia.
– No puede haber, envidia sino reconocimiento.
– No puede traición, sino fidelidad.
– No puede haber herida, sino medicina.
– No puede haber individualismo, sino comunidad misionera.
– No puede haber muerte, sino vida resucitada.